A mitad del último trimestre del año, en plena época otoñal y cuando las vacaciones de verano ya no son más que un agradable recuerdo, todos estamos inmersos en las rutinas del día a día profesional, académico y también personal. Es un buen momento para ajustar horarios, apostar por nuevas actividades si fuera necesario o corregir el exceso de carga laboral. Todo ello con el objetivo de adecuar las jornadas a nuestro ritmo y asegurarse un buen rendimiento de cara a los próximos meses.
En definitiva, es esta la coyuntura ideal para plantearse nuevos hábitos. Estos no solo tienen que ver con la adopción de una vida saludable o las horas que se dediquen al estudio, sino que pueden extrapolarse a muchos otros ámbitos vitales. Así, pueden representar espacios para cultivar aficiones o para añadir competencias al curriculum, también para reservar más tiempo a la organización profesional o, incluso, para aprender a parar y a prestar más atención a nuestras necesidades.
Estas acciones que se repiten con cierta frecuencia se integran en el cerebro durante el proceso de aprendizaje, haciendo que sean poco costosas y que se optimicen procesos. Además, estas rutinas contribuyen al crecimiento personal, a mejorar la calidad de vida, además de causar satisfacción, logro y realización. Entre sus excelentes beneficios destacan la consecución de metas diarias a cumplir y el fortalecimiento de la fuerza de voluntad, la disciplina, la perseverancia y la fe en uno mismo.
Los hábitos, además, pueden cambiarse o replantearse según se observen resultados, por eso es conveniente hacer balance del rendimiento de las últimas semanas: si hay algo que desgasta y apenas aporta, si existe en tu agenda una actividad con importantes beneficios a nivel personal o profesional, si es preciso intervenir porque las expectativas académicas o laborables no se están cumpliendo, si detectamos sensaciones de agotamiento o cansancio… es importante tener un diagnóstico claro de qué hábitos necesitamos construir y cuáles son prescindibles.